A Ruperto le habían encomendado llevarle la caja de comidas traídas especialmente de los Estados Unidos a la casa de la abuela al otro lado de la Cordillera.
-¿Acaso soy Caperucita?- se quejaba Ruperto.
Allá a mediados del siglo XX, la ruta para cruzar las montañas del Pichincha era por tren. Sin embargo, para dedicación a Ruperto, un terrible deslave se dio en pleno ferrocarril, incomunicando la ciudad de Quito, al menos por tren. Nuestro amigo solo tenía una alternativa: cruzar a pie.
Por donde quiera que se lo viera, Ruperto estaba comprometodo. Si no llevaba el encargo, la comida se echaría a perder, aparte del paquete de medicinas que iba en la caja, necesarios para el tratamiento de la fuerte tos de la abuela. Si se quedaba, le tocaba ser voluntario "a la fuerza" para reparar la vía del tren, y eso era 10 veces peor que cruzar las montañas. Y si se iba, la casa de la abuela era un tugurio insoportable; hospedaje obligatorio con la vieja cascarrabias tosiendo las 24 horas del día.
-Me cago en todo- pensó Ruperto.
Salió muy temprano en la madrugada, cerrando todas las puertas con llave, y a pesar de que hizo el menor ruido posible, la curiosa de la vecina, toda vestida en pijamas, sacó su largo cuello para sonreír cual lagarto de pantano.
-¿Va a salir?
-No - sonrió Ruperto - Voy a entrar.
Seguramente la señora entendió el sarcasmo porque siguió con el interrogatorio.
-¿Y esa caja que es?
-Mierda.
La señora hizo una mueca y solo se metió a la oscuridad de su cuarto, cerrando la ventana. Aún así, Ruperto sabía que tras las cortinas, ella aún veía. Nada podía hacer para evitar la curiosidad de la vecina mas que salir pronto de ahí.
Ruperto vivia en Polote, una villa muy pequeña donde todos se conocen. Ya saben lo que dicen: "Pueblo Chico, infierno grande". Por eso Ruperto quería su vida lo más privada posible, a pesar de que eso no era exactamente la realidad del asunto. Prácticamente todos sabían lo de todos, así Ruperto hiciera el esfuerzo por evitarlo. Para llegar a la cordillera, el único pueblo que debía cruzar era Chasumiya, un lugar un poco más grande, y parada obligatoria de viajeros antes de emprender la escalada a las montañas arbóreas. No le tomó ni 20 minutos llegar allí. Era un pueblo pintoresco, típico de la Sierra, que se encontraba ya al pie de las montañas, lo que le daba un espectacular paisaje.
Entró a un paradero, donde el vapor de agua inundaba el techo, y habían muchas montañas de heces al pie de los caballos y las mulas amarradas afuera. Dentro, encontró un lugar donde sentarse y pidió desayuno. Dejó su maleta y su caja a un lado y se quitó el gorro. Casi al instante una gruesa mano le pesó en el hombro.
-Muy buenos días joven ¿usted está llevando encomiendas por la cordillera?- le hablo un señor de un espeso bigote, bastante panzón y de voz metálica y rocosa.
-No señor, yo no.
Aquel hombre le echó un vistazo a su maleta y la caja que estaba en el suelo, al pie de Ruperto. Lo más probable es que no le haya creído.
-Vea, es que deseo llevar este juego de sellos a la Gobernación Central. Pago muy bien- y le mostró una caja de madera que fácilmente se la podía tomar en una mano.
Ruperto meditó un poco por lo de la "buena paga", pero más se preocupó porque era una caja que iba para la "Gobernación Central", osea el Presidente. Tal vez tenía ya suficientes responsabilidades con el encargo de la abuela, y es que fallar en la misión de llevar los sellos le podía costar la cárcel solamente, pero no llevarle las medicinas a la abuela, y que en el peor de los casos le pasara algo terrible, significaría el castigo familiar, y eso a la hora de ponerlo en la balanza, terminaba siendo mucho peor.
-Lo siento hombre, pero es que yo no hago encargos asi, seguramente hay otro aqui en Chasumiya que le pueda ayudar.- En eso una muchacha del servicio le trajo café caliente y tortillas de maíz con algunas papas cocidas y mantequilla.
Ruperto solo vio que el bigotón asintió la cabeza y dio media vuelta, asi que se dispuso a terminar su desayuno. Al rato una chica de largos cabellos negros se sienta en su silla de en frente, con aretes inmensos, argollas en las muñecas y en el cuello.
-Jóven, disculpe usted el atrevimiento, ¿Usted sabe cómo llegar a Quito, del otro lado de la cordillera? Es que no hay tren directo y toca ir a pie, y a mi me urge llegar pronto, tengo que ir. No se si usted sepa el camino más facilito de llegar a Quito, es que verá, tengo que ir a ver unas cosas muy importantes en Quito pero como el tren...
Ruperto se hubiera fastidiado un poquito más y poco le hubiera faltado para que le tapara la boca con el sombrero, de no ser porque aquella muchacha no era muy fea que digamos. De hecho era bonita.
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NOTA DEL AUTOR: Carajo. Disculpen la imagen, pero no encontré una con nuestros trajes típicos de la sierra. El vestido no corresponde a una nativa de la serranía ecuatoriana ~El Encamador. |
-Vea niña, yo voy a Quito, llevo encomienda. La ruta más segura caminando es siguiendo la orilla del río. -se percató que de ella tenía senos grandes - Por más rápido que se camine, se demora un día de aquí a Quito. Se le va a hacer peligroso. Usted no debería ir sola.
-Ya pues, usted hágame el favor y me guía el camino, yo lo sigo, si no quiero viajar asi tan feo a Quito, pero es que de verdad que me urge bastantísimo llegar a Quito. Yo, verá, le pago el viaje, me hará el favor, que...
-Ya ya ya, deje nomás, yo la llevo, que ya termino de desayunar, y ahi nos vamos ahorita mismo.
Ruperto sacó imaginariamente unos cuernos en su cabeza, pensando qué cosas nomás pasaría él con la chica, a su vez que pagaba la cuenta en el mesón. La chica le seguía los pasos, como si se le fuera a perder.
Cuando salían ya de Chasumiya, mientras la ruta del ferrocarril subía las montañas, ellos seguían el sonido del río, hasta llegar a su orilla, y Ruperto le llamaba a cada instante para que la chica no se quedara atrás.
-Dígame cómo se llama usted.
-Yo me llamo María. ¿y a usted cómo le llamo para yo saberle el nombre y no olvidarme?
-Yo me llamo Ruperto
-¿Ruperto? así se llamaba mi abuelo que en paz descanse. El vivía en Otavalo, y hace años que se vino a estas tierras porque le habían dicho que aquí...
Ruperto había descubierto algo de María, era muy fácil que encontrara un tema de qué hablar y era muy difícil que cerrara la boca. Supuso que debía ser pariente de la cara de lagarto de su vecina.
-¿Cuando cree usted que lleguemos a Quito, don Ruperto?
-Mañana a esta misma hora, y no me diga Don Ruperto, solo digame Ruperto nomas.
-Ay don Ruperto, es que a mi me da como vergüenza decirle asi nomas porque yo a usted recien lo conozco, y ya pues, yo pensé que usted era un señor ya muy mayor, por eso nomas le dec...
-Bueno ya, siga nomas que se está quedando y falta muchísimo camino.
- Disculpará usted don Ruperto
-(putesumadre, que no se calla) Tranquila Doña María, siga nomas.
-No pues Don Ruperto, yo ni soy señora ¿cómo va a creer que me va a decir tan vieja "Doña María"? ¿Que no ve que yo ni guaguas tengo? Si recién me voy a ver con mis hermanas allá en Quito porque allá me tienen unas...
Y Ruperto pensó en llegar rápido a Quito.
Estaba llegando ya a ser las 5 y media de la tarde. Bastante frío y con amenaza de lluvia. Esto era lo que temía Ruperto, por lo que buscaba donde hacer una tienda o de repente encontrar una cueva. Se adentró en los árboles con la esperanza de encontrar un lugar apropiado para hacer una tienda y esperar al amanecer. María lo seguía.
Ruperto escogió un sitio al pie de un árbol grande y grueso, no muy lejos de la orilla del río, para no perderse de la ruta. Con ayuda de María armaron una carpa hecha de ponchos y sábanas que llevaba en la maleta, junto con algunas frazadas para dormir.
"Dormir junto a esta hembra" penso él. Desde luego, ése era el plan desde el principio.
Y cuando ya se había acostado, justo en ese momento, le dan unas poderosas ganas de orinar. Así, con todo el frío y viento que hacía. Total que el hombre buscó un lugar apartado para hacer sus necesidades biológicas.
Fue cuando Ruperto orinaba al pie de un gran árbol, en la penumbra de las 6 y media de la tarde que una luz empieza a salir del otro lado del tronco. Una figura fantasmal, como la de una mujer, envuelta en sábanas de luz caminaba rodeando el árbol, muy lentamente. Tenía una piel pálida, andaba descalza, y su cara emanaba claridad, una boca muy pequeña y ojos del color del cielo, con los cabellos cubiertos por un manto blanco.
-La paz sea contigo- le dijo la mujer de blanco.
Ruperto se agarró el pene, aún no terminaba de orinar, ni se fijó que se había mojado la rodilla izquierda, y rápidamente se subió el cierre de su pantalón. Pudo identificar la figura. No había duda, era la mismísima Virgen María. Se arrodilló enseguida, se persignó una y otra vez, con los ojos bien abiertos, mientras tartamudeaba.
-¡L-la Virgen! ¡E-es la Virgen! ¡La Virgen María!
La mujer de luz extendió levemente los brazos y sonrió. Ruperto empezó a repetir el Avemaría.
-¿Eres tú la virgen María la madre de Dios?
En eso de repente se le apagó la luz a la mujer y rápidamente, como si de líquido se tratara, su cuerpo se le cambió a la de un hombre, de piel muy oscura, con los cabellos parados como si fuera por estática, con el torso descubierto, y se echó a reír diabólicamente, mandándose una palmada al muslo.
-JA JA JA!!! Ya, ya no aguanto más. ¡Qué risa!. Era broma, soy Lucifer. Oye, te measte el pantalón JA JA JA!!. Ya ahora sí - y se secó una lagrima - Ay que me he reído. Oye ¿Me puedes llevar un encargo al otro lado de las montañas?-
(continuará)