Cuenta la leyenda que en las afueras de la ciudad de Guayaquil, lejos de los territorios administrados por el cabildo municipal, existía una casa muy grande, y en esa casa habitaba un hombre al que las personas solo sabian que se hacía llamar El Encamador.
Los niños que jugaban pelota en el terreno abandonado al pie de la loma donde estaba la casa del Encamador tenían prohibido estar fuera de casa pasado las seis de la tarde. La mayoría de sus madres les metían cosas en la cabeza como historias macabras acerca del misterioso hombre con la cara pintada que vivia en el pequeño cerro a un lado de la carretera. Algunos sabían que por las noches salía a botar sacos negros donde probablemente tenían cadáveres de gente que en las noticias aparecía como desaparecida. Otros lo habían visto pasearse con un machete en mano y con una máscara de hockey puesta.
Lo cierto es que nadie se había acercado a la casa del Encamador, ni él había bajado al barrio, ni siquiera a comprar en la tienda. Sólo sabían que seguía viviendo ahí porque por las noches, las ventanas grandes de su casa despedía luz que, en la imaginación de algunos muchachos temerosos, parecía dibujar una cara maligna y diabólica, como si la casa en la oscuridad no deseara la visita de nadie.
El más anciano del barrio afirmaba que El Encamador llegó hace muchos años atras en una camioneta lujosísima, con un ejército de albañiles y arquitectos, los cuales en menos de una semana edificaron tan monumental y lujosa casa. Pero en ese entonces, no se pintaba la cara, sólo usaba un característico sombrero, y su caminar era con elegancia y distinción. Cuando terminaron de construir la casa, El Encamador pagó a sus trabajadores lo que les correspondía, para luego darse la vuelta y meterse a lo que sería su nuevo hogar recién acabado. Muchos de los albañiles parecían ser de otras ciudades porque emprendieron rumbo hacia las carreteras y no hacia la ciudad de Guayaquil. Hubo uno que no tuvo más remedio que asentarse en el barrio al pie del cerro, porque no tenía lugar a donde ir. Es justamente el anciano que cuenta esta historia.
Con esto de la regeneración urbana, un enviado del Municipio llegó a la cooperativa para comunicar que debían realizar una minga de limpieza y reparación, porque si no, una pesada multa les caería. Era la tercera semana de Diciembre, vísperas de Navidad.
El presidente de la comunidad barrial organizó la minga con todos los vecinos del sector para el día domingo. Habían pasado las volantes por las puertas de todas las casas; pero faltaba una casa por visitar y que era tambien del sector: la casa del Encamador.
Los chicos se rehusaron a subir a la pequeña loma de piedras y monte para tocar la puerta del Encamador. Aunque no querían admitir que tenían miedo, silenciosamente se comprendían el uno al otro; nadie quería comprobar si eran ciertos o no los rumores sobre el hombre cabeza de payaso que habitaba la casa de la loma oscura.
De entre ellos, salió una chica, una jovencita de cabello largo y castaño, una tez que hacía recordar mucho a Pocahontas. Los miró a todos, sin comprender el miedo infantil. Tomó una de las volantes, y decidió que ella le llamaría al Encamador para la minga. Pidió un par de veces si alguno de los hombres le haría el grato favor de acompañarla, a lo que todos negaron la cabeza. La chica esta les escupió un gargajazo en el piso, casi al pie de un gordito miedoso, y se burló de todos ellos. Emprendió rumbo a la loma, donde estaba la casa del Encamador, sola.
Cuando estaba llegando al pie del cerro, uno de sus compañeros que había dejado atrás llegó corriendo tras de ella, la había seguido todo el camino (que no era mucho porque como sabrán, el poblado no estaba muy lejos de ahí). Le dijo que se sentía mal por dejarla ir sola y que nadie la acompañara, y que él sí lo haría. Como ya había llegado hasta ahí, pues que remedio que la acompañara.
A medio camino del cerro, el amigo este empezó a molestarla diciendo que a lo mejor no era buena idea seguir, que a quien le importaba el Encamador, si al fin y al cabo nunca se daba una vuelta por el barrio, y trató de convencerla de que se regresaran. La chica ya estaba molesta por esas ideas ya a medio camino para llegar, y comenzó una pequeña discusión. Lo que ella no vió venir es que el muchacho se le abalanzó hasta agarrarle el culo con ambas manos, intentando besarla a la fuerza. En el forcejeo, al ver el terrible peligro que corría su integridad física (y sentir claramente que el pene del muchacho estaba totalmente erecto), la chica tropezó en una gruesa rama de árbol, y cayó pesadamente, metiéndosele tierra y hojas secas en la boca. El chico se le tiró encima, y diciendo cosas como que le gustaba mucho, que siempre quiso poseerla en la cama, y que se dejara porque nadie los vería, comenzó a taparle la boca con una mano y desabrocharle el cinturón con la otra. La chica le mandó un par de puñetazos a la cara, pero el chico resistió para abrirle la blusa y que los botones salieran disparados.
Justo cuando se había colocado totalmente encima de la muchacha, el chico sintió un jalón de la camisa que lo tiró al otro lado. Un tipo de cabello verde oscuro, con la cara embarrada de pintura blanca, negro en la cuenca de sus ojos y rojo sangre dibujado exageradamente al contorno de su boca lo había aventado con fuerza. Era el Encamador en persona.
El chico vió al Encamador con ojos de terror, agarró una piedra y se la arrojó, pero el Encamador no hizo gesto de miedo alguno, sólo lo miraba con una cara muy seria, con rizos de sus cabellos verdes por encima de sus ojos. La piedra para nada se le acercó siquiera al Encamador; de hecho, el muchacho fue tan bruto que le dió en el brazo de la chica. El pavor y el horror hicieron presa del joven, que inmediatamente salio corriendo con los pantalones abajo.
No pasó mucho rato que el Encamador se devolvío hacia la joven de cabello castaño, y ella, con algo de miedo se arrastraba en la dirección contraria. Pero se detuvo al ver que el Encamador le extendió la mano y le dijo "ven conmigo si quieres vivir".
La muchacha extrañada, algo temerosa, se agarró de la mano con guante del Encamador que le ayudó a levantarse. El Encamador vió lo lastimada que estaba y le ofreció ayuda de unos medicamentos que tiene en su casa. Ante tanta amabilidad, la chica no comprendía de dónde venía tanto temor ni tantas historias macabras sobre el Encamador. Aceptó aliviada la ayuda y comenzaron a caminar rumbo a la casa. El Encamador se detuvo en un árbol cercano y agarró una sierra eléctrica que estaba colocada al pie.
-Si tu amigo no se hubiera ido corriendo, le tenía preparado esto. Iba a cortar un árbol para el fuego de Navidad, pero la bulla que hacías hizo que viniera hasta acá.- le dijo el Encamador.
La chica prefirió no preguntar nada.
Al entrar a la casa, ella pudo observar que por dentro era muy lujosísimo. Había un piano inmenso, y del otro lado un televisor plasma de 64 pulgadas. A lo lejos se veía un mesón de mármol, y una cocina grande y muy completa, como de esos que se ven en la televisión. Los muebles se veían cómodos y esponjosos, con algo de polvo, y en el techo ventiladores con aspas de oro y candelabros. El piso era casi un espejo, y habían cuadros y floreros bellamente colocados.
El Encamador subía por una escalera de madera, mientras la chica lo seguía, entraron a un cuarto que tenía una guitarra colgada de la pared, una máquina de gimnasio, bastantes platos sucios en la cama, y una computadora con teclado luminoso. Contrastaba bastante con el órden de la sala de abajo. Sacó de un botiquin que estaba escondido debajo de la cama, muy surtido, y le entregó una pastilla con un vaso de agua y una bandita para el raspón que tenía en el brazo.
-¿Tú no recibes muchas visitas?- le preguntó la chica.
-No me gusta que interrumpan la tranquilidad de mi casa.
Se puso la curita en la herida, y acto seguido se tomó la pastilla. Observó al Encamador de pies a cabeza, extrañada porque no parecía en nada a la descripción fea que tantas veces había escuchado, salvo el hecho de ver a un hombre así con maquillaje de payaso en la cara.
-Y a todo esto ¿A qué venías a mi casa?
Y recordó todo. Sacó el papel que por fortuna no se le había caído y le mostró mientras le comunicaba la noticia de la minga que habría el Domingo antes de Navidad. Se sentó en la silla de la computadora para leerlo detenidamente mientras la chiquilla buscaba un lugar en la cama del Encamador.
-Si puedo, voy.- dijo tranquilamente el Encamador.
-¿tocas el piano o la guitarra?-
-No. Al menos les hago sacar sonidos, pero no se tocar. Quiero bajarme un curso por Internet, pero otro día lo hago.
-Se viene Navidad, ¿vas a pasarlo solo?
-Lo más probable es que sí- mientras se limpiaba la nariz con la camiseta.
La chica observó que el físico del Encamador no era tan descuidado, tal vez esa máquina de gimnasio en su cuarto no estaba de adorno. Hubo un prolongado silencio que luego la chica cortó:
-Ya que nadie te visita, y como te debo agradecer por haberme cuidado hoy y salvado de ese salvaje, lo menos que puedo hacer es venir a acompañarte en navidad, Encamador.
-No creo que se pueda - respondió- desde Nochebuena saldré de viaje con unas amigas en un tour a Salinas, a broncearme un poco y a disfrutar de las vacaciones. Ninguna es mi novia, pero si que me agrada la compañía de una dama.
-Entonces ¿por qué no me dejas visitarte?
-¿sabes? Anoche me pasó algo extraño. Me había quedado dormido en el teclado de la computadora, y no sé si estaba soñando o estaba despierto, pero tres fantasmas de la Navidad me vinieron a visitar. Uno de la Navidad pasada, otro de la Navidad presente, y otro de la Navidad futura. Todos me hablaron un poco de pendejadas sin sentido, como los testigos de Jehová, pero al menos el de la Navidad futura me cayó bien me dijo algo bueno: me dijo que dentro de poco, una linda jovencita llegaría a mi casa a hacerme compañía, y que con eso aprendería el valor de la Navidad. Creo que con eso se refería a tí...
Se miraron fijamente a los ojos, y acto seguido empezaron a besarse de lengua, sacarse la ropa, y tuvieron sexo descontrolado por más de una hora, probando unas cuantas clases de posiciones. A esa chica no hubo región de su cuerpo que el Encamador no tocara. El messenger del Encamador sonaba y sonaba, pero nada interrumpió la placentera tarde.
Luego de todo, aún en interiores, brindaron con una copa de champagne, a la tenue luz de las 5 y media de la tarde. La chica se pegó un susto cuando se dió cuenta que ya era tardísimo: su madre la iba a matar.
-No le vayas a decir a nadie lo que hemos hecho, o si no te encamo huevadas.
Se dieron un último beso y la chica salió en precipitada carrera loma abajo, aún abrochándose los botones de la blusa, y poniéndose a reflexionar si lo que tenía era sólo un raspón, ¿por qué el Encamador le había dado una pastilla? a menos que eso no haya sigo una pastilla sino...
Bueno, la cosa es que el Encamador nunca fué a la minga, y la chica nunca más se atrevió a volverlo a buscar. Solo que todas las Navidades, antes de compartir el pavo, antes de los regalos y el chocolate, cada que escucha un villancico o una película de Navidad, siempre, siempre se acuerda del Encamador y lo buen amante que era, sin respetar fecha en el calendario.
Feliz navidad, carajo.