Un Cuento Encamador de Navidad #2

Desperté a la orilla de un riachuelo.

El agua en mi garganta me hizo toser escandalosamente, pensé que me iba a ahogar, hasta que pude limpiar mis vías respiratorias. Con mi arma apunté hacia todos lados; temía que aún me estuvieran persiguiendo. Cuando me calmé, guardé mi arma y subí la pared de piedra para tener una mejor visión del lugar de donde me encontraba.

Había mucha maleza crecida, y la carretera vieja y agrietada casi no se notaba entre tantos escombros, pero era lo suficientemente ancha para poder seguirla hasta donde me llevara. La verdad es que mi sentido de orientación servía mucho más que mi GPS ahogado, asi que me dirigí en dirección al sur, donde se encontraba mi base. No había sol, solo nubes espesas y negras, haciendo más acogedor el paisaje. ¿La hora? No lo sé. Nada de esta mierda tecnológica servía en estos momentos, solo mis inseparables pistolas, rifles y navajas.

Menos mal mis pensamientos no volaban mucho, sino tal vez no le hubiese prestado atención a ese sendero del lado izquierdo del camino, que se metía entre los árboles. Lo cierto es que estaba oscureciendo y las posibilidades de llegar a mi base ese mismo día no eran muy altas, por lo que no me quedaba más alternativa que pensar en un refugio temporal, un sitio donde las máquinas no me encontraran.

Luego de casi una hora de caminar por el sendero, cuando estaba ya pensando en detenerme y dormir en un alto árbol, vi en una llanura baja a lo lejos lo que parecía ser un conjunto de viviendas. Sí, ahí entre los árboles habían casas levantadas de teja y cemento. 

Con mi rifle en mano, bajé de una manera sigilosa, tal como lo he aprendido en la instrucción militar, hasta llegar atrás de la primera casa que alcancé. No se escuchaba nadie dentro y todo se hacía más oscuro aún. Probablemente la villa estaba abandonada y no me sorprendería, no creo que aún existan villas humanas donde las máquinas no hayan registrado. Mejor para mí: me serviría para pasar la noche en un refugio seguro.

Un tipo salió no sé de dónde y me estaba apuntando con una pistola, mi reacción natural al verlo fue darle dos tiros a la cabeza, pensé que iba a matarme. Con mucha sangre saliendo de sus orificios nasales, comprobé si era de algún grupo militar aliado, mas solo vestía de civil y cargaba unos discos duros en sus bolsillos. Tomé su arma que era algo vieja, pero para mi modo de pensar, lo que importa es que dispare. Una voz de mujer habló a lo lejos:

-No dispare, somos amigos.

Apunté hacia donde el sonido de la voz de mujer indicaba. Una chica de cabello maltratado y castaño salió con las manos en alto, junto a otra pequeña de no más de 10 años. 

-¿Quienes son ustedes? ¿Qué hacen aquí?

-Nosotros vivimos aquí, nos hemos escondido durante meses de las máquinas de Google. Ese hombre era el criminal de este lugar y gracias a usted no volverá a molestarnos nunca más. Estamos agradecidas con usted.

Vaya. Héroe por accidente.

Al ver que no estaba entre el enemigo, guardé mi arma y di un hondo respiro. 

-¿Tienen una radio aquí? ¿Comida y un lugar donde pasar la noche?

-Todos vivimos en los sótanos. Venga con nosotros, todos estarán muy contento de verlo.

Eso me sonaba bien. Entramos a una de las casas, y comprendí que no estaban abandonadas ni mucho menos vacías, sino que servían muy bien de despiste para los enemigos porque en realidad cada casa contenía una puerta en el suelo que llevaban a niveles en el subsuelo donde los habitantes, que seguramente no llegaban a la centena, vivían en orden.

Aquella muchacha dio el aviso a todos los que se encontraban en esa habitación grande y sorprendentemente fresca. Todos se veían de buen ánimo y la verdad estar ahí de ropa militar, con casco y armas me hacía ver muy fuera de sitio, pero reaccionaron bien y me aplaudieron, una situación muy extraña para los horrores de la guerra que he vivido.

Psando algunos corredores y subiendo y bajando escaleras, llegué a un sitio que me recordaban mucho a los camarotes de los barcos, o a las casas rodantes. Habían camas, algunas desocupadas.

-Mira, puedes pasar la noche aquí.- dijo la muchacha. La niña más pequeña solo asentaba con la cabeza y sonreía. Le faltaban los dos dientes de arriba.

-No está mal- respondí- Supongo que ahora solo falta que me traigan comida.

-Claro, ya te traeremos gallina al horno.

Juro que lo dije en broma.

Cuando salieron brincando, pude sacarme con comodidad mi chaqueta verde militar. Un sujeto calvo y barbudo que estaba acostado en el colchón de junto finalmente me habló:

-Usted ha hecho un gran favor a esta comunidad al eliminar a Sid, él era el ladrón de esta villa, y abusaba por ser el único con arma en los alrededores. Ya había matado a tres de nuestros vecinos.

-Pues tal vez solo podía matar a dos más porque no tenía más balas. Usaba un modelo que ya hace 50 años que dejó de fabricarse.

Luego de mirarme un rato dijo: -Usted seguramente es del ejército de la resistencia ¿Quien más estaría armado por aquí? No creo que las máquinas de Google ya estén camuflándose como humanos.

-En efecto, Sir Lord Encamador de la base Resistencia Quito. Me encontraba en una misión de exploración cuando tanques de Google nos atacaron. Creo que perdí a todo mi pelotón. Caí de una cascada, es lo último que recuerdo.

-¿Y el maquillaje en la cara?

-Pintura de guerra. Para meter miedo.

-Esas máquinas, esos robots no sienten ningún miedo.

-Esas máquinas -le contesté sin querer ser grosero - tienen toda la información que le dimos a Facebook. Sabe de gustos, sabe de deseos, de cosas humanas. Si estamos en guerra es porque esas máquinas sienten una envidia por la existencia humana. Creo que Google alcanzó la emulación del ser humano en una máquina. Sé que ya no son tan artificiales como al principio.

El hombre dibujó arrugas en su frente al hacer su gesto de asombro. Puse mis armas debajo de mi almohada y me senté.

-¿Hay alguna forma de comunicarse desde aquí con el exterior? ¿Radio? ¿AlterNet? ¿Algo?

-No, no la hay. La gente siempre tuvo miedo de usar gadgets por temor a ser localizados con Google.

-El nunca haber tenido un perfil en Facebook me ha salvado. Google no tiene ni idea de que existo.- Y bebí agua de mi cantimplora.

-Pronto vamos a celebrar Navidad ¿No nos va a acompañar?

-¿Navidad? - solté una pequeña risa - Hace 25 años que dejamos de celebrar Navidad.

-Pues aquí no dejamos morir esa fecha de celebración. Después de todo, es la única fecha que queda para ser feliz.

-...ser feliz- repetí tratando de comprender lo que eso significaba.

Salí al gran salón, donde en unas mesas plásticas habían colocado platos de espuma con pollo y arroz. Se veía delicioso. Comí hasta sentirme satisfecho, y los mas viejos de ahí conversaron conmigo sobre la gente de la villa. Alcancé a ver a la chica que me había traído aquí, excusándome con los anfitriones, me levanté para seguirla. Me mostró un arbol pequeño puesto en una cubeta con algo de tierra.

-Este es el árbol de Navidad- me dijo la chica, mirando con mucha ilusión aquel árbol. - La gente está dejando de creer en la Navidad, pero me parece un día muy bonito, aunque no sé cuándo inició la tradición.

-Bueno, hasta donde recuerdo, es porque decían que los milagros sucedían ese día, o algo así. Ta vez estoy confundiendo las cosas, ha pasado mucho tiempo ya. -bebí algo de vino de mi vaso plástico.

-Entonces es cierto, porque hoy me salvaste de ese rufián de Sid. 

Pensé un poco en lo sucedido, no había tenido tiempo para preguntar. -¿Por qué ese tal Sid tenía esos discos  duros? ¿te estaba robando?

-No, no era eso- se rascaba un brazo - Sid siempre ha querido estos discos duros.

Ella me enseñó el contenido de la caja de cartón donde estaba colocado el árbol. Muchos discos duros negros, todos con etiquetas donde estaban marcados doodles que reconocí inmediatamente, pertenecían a Google. Algo no estaba bien.

-¿Qué hacías con estos discos duros allá afuera? y después de todo ¿cómo es que estabas sola con Sid? - El ambiente no mejoró mientras reflexionaba en voz alta.

Tanteaba mi bolsillo derecho para estar seguro de que mi navaja estaba allí. Tuve que decir: -¿Tu le llevabas estas cosas a Sid?.

-Si señor, es verdad. Pero todo porque Sid me pagaba por mis servicios. Yo le daba los discos duros y él me pagaba con sexo.

-¿Cómo? - tuve que preguntar a pesar de que había escuchado bien. Es una costumbre muy intrínseca del ser humano.

-Si, leí en textos viejos de inicios de siglo, que una de las profesiones más viejas de la mujer es ser prostituta y a eso me dedico, porque no soy buena para nada más.- me lo dijo en un tono avergonzado, escondiendo su cara entre sus maltratados mechones de cabello.

-Espera, de eso no se trata la vaina de la prostitución ¿No se supone que...?- me detuve para pensar en algo más inteligente.

¿No se supone que qué, señor?- me preguntó con cara de ingenuidad.

-Si yo quisiera llevarme toda la caja de discos duros ¿Cuanto tendría que pagarte?

-Ay señor - se sonrojó rápidamente - Usted tendría que darme mucho, mucho sexo por toda esa caja.

Me aseguré de que nadie nos viera. Bajamos el árbol de Navidad y tomé la caja de discos duros. Hice que la chica se sentara en la caja mientras iba por mi ropa y por mis armas. Cuando nadie nos viera, subimos a la casa y ella se me entregó totalmente. Tuvimos sexo, muchísimo sexo, sudaba tanto que los vidrios de la habitación se empañaron. Siempre quise hacer lo mismo que vi en una viejísima película de ciencia ficción que vi hace años y con la mano limpié la ventana húmeda. La desnudé totalmente y realizamos posiciones que hacían traquear sus huesos. Mi noción del tiempo sin un aparato electrónico es muy torpe, no sé si fueron dos o tres horas de sexo por todas partes, pero lo cierto es que le pagué hasta con intereses los discos duros.

-Siento que te amo- me dijo con dulce voz mientras me vestía.

-Lo siento, es hora de que regrese a mi base, pero quiero que sepas una cosa, pequeña - le acomodé un mechón de cabello - créeme cuando te digo que gracias a ti, seguramente los seres humanos dentro de poco ganaremos la guerra de Internet.

-Al menos dime tu nombre, para algún día buscarte.

-Llámame Encamador.

-Jamás olvidaré tu rostro pintado.

-Feliz navidad- le sonreí en la puerta

-Feliz Navidad, Encamador. - me dijo tal vez con un nudo en la garganta mientras se cubría con la sábana blanca de la cama.



La madrugada se encendía, y mis entrepiernas aún tenían una energía estática impresionante. A lo largo de la historia siempre supe que el bien contestaba al mal, que los grandes genios y los más prominentes sabios encaminaron al mundo por la senda correcta, que las más sabias decisiones se tomaron en los momentos adecuados. Pero con esta chica, mientras subía la colina para encontrar el camino de regreso a base con mi cartón de discos duros, supe que sería la primera vez que la estupidez de una chica salvaría la humanidad e inclinaría la balanza de la victoria en favor del ser humano sobre las máquinas de Google.