Me bannearon de un centro comercial.



Como si de un deporte se tratase, encontrar nuevas formas de joderme la vida se ha vuelto la constante de la gente ordinaria. Tal es el caso que me sucedió hace un par de horas y que les vengo a compartir, malditos sapos de mierda.

Creo que todo comenzó hace varios meses en un centro comercial ("Mall" para el latino meco de turno que no puede vivir sin su dosis de ingles) cuando salía de ver 2012 en el cine, y yo entusiasmado por la película, comenté en alta voz partes que me habían gustado, y admito que estaba develando el final, pero es que la gente que estaba haciendo fila para entrar no supo respetar mi gusto por el cine. Todos me miraron con mala cara.

Meses después me encontraba de nuevo allí, en el mismo centro comercial, pocos días antes de viajar a Quito, buscando ropa adecuada para el viaje. Entré a uno de esos locales adefeciosos que tienen lo mismo que el Super Exito pero con etiquetas. Una amable señorita me atendió cuando preguntaba el valor de un gorro de muy fina textura. Cuando me dijo el precio (que ya había visto que estaba bien marcada en la etiqueta) bajé la voz, di medio paso hacia ella, y con dulce tono, con la mejor de las intenciones le dije: "¿Nada menos?".

Se ofendieron por eso.

Yo pensaba que todos vivíamos en una misma ciudad, pero tal parece que la barrera clasista es aún un verdadero Muro de Berlín entre chiros y platudos, ya que pensaba que el regateo (arte de acordar un precio más bajo que el inicialmente estipulado) era parte del Status Quo.



En otra ocasión, en el patio de comidas del mismo centro comercial, yo terminé mi plato de caldo de lentejas con mini barbacoa y arroz cubano, jugo de naranja y helado Oreo, y como supuse que los chicos de limpieza estaban ahí haciendo su trabajo, dejé los platos y la bandeja como el fin de la II Guerra Mundial. Pude observar a la distancia que un gordo que me recordó a Craig de Malcom el de en Medio me clavó una mirada de odio a los 20 metros de distancia mientras recogía mis desperdicios.

Tuve algo de compasión por aquella escena. Es bien sabido que si uno quiere comprender a las demás personas, tiene que ponerse en el zapato de uno, así que pensé por un momento lo infeliz que se debía sentir ese tipo al estar recogiendo la basura de un pobre hijo de puta que acababa de tragar, y no tuvo la más mínima delicadeza de llevar los platos a su lugar, como lo harías en tu casa.



Es así como a la semana siguiente, exactamente hoy, comí en las mismas proporciones, y de hecho ensucié un poco más, hasta los manteles de la mesa. Pero como buena persona que llego a ser, al terminar mi comida recogí todo, hasta las bandejas que me dieron en el restaurante, y para compensar un poco el mal rato que hice pasar la otra vez, me tomé la molestia de hacer lo mismo en la mesa contigua a la mía donde una mal eduacada familia de trogloditas había dejado todo su chiquero a la intemperie. Boté todo en el gran tacho de basura, y como vi que encima habían apilado las bandejas o charoles plásticos de todos los locales de comida, me dio coraje que nadie se quejara por eso y también los boté a la basura.

Supongo que no haberme dado cuenta que habían cámaras de vigilancia me costó caro. 

La cosa es que un colorado vestido de saco y corbata (que asumo yo era el dueño y gerente de todo el centro comercial) me detuvo justo a lo que iba cruzando las puertas de vidrio, para indicarme que yo era una persona no grata y que daba la orden a todos los guardias del lugar a que se me prohibiera la entrada por el resto de mi vida. 

Que las caras de odio con la que me miraban los empleados del patio de comidas, los chicos de la sala de cine, y algunas empleadas de locales de ventas  desde la espalda del gerente ese, poco me incomodan. Bien dice que uno por acomedido sale jodido. 

Total, son ellos lo que se pierden a un gran cliente. Putas.