En un Universo regido por fuerzas muy lejanas a nuestra comprensión y entendimiento, que a veces la coincidencia no parece tener lugar, pero innegablemente existe, y llegamos a ser víctima de ella. Dicen que algunos de los más grandes descubrimientos se hicieron por casualidad. No pongo en duda que tal cosa sea así, en efecto, como buen anti-religioso que soy, la coincidencia es parte de la vida, una probabilidad existente, y tal es el caso que les contaré.
Resulta que me siento a comer en una reconocida picantería de la ciudad, acompañado por unos amigos, cuando pedimos nuestros platos respectivos. Yo no tenía mucha hambre, así que sólo pedí una bandera.
Cuando nos sirvieron los platos, uno de los que estaba sentado agarró el pote de salsa de tomate para ponerle a su arroz con filete de pescado. Hacer esto le recordó una anécdota suya y nos contó que una vez entró a un chifa chino y pidió un chaulafán. Cuando le pusieron el chaulafán, al querer ponerle salsa de tomate, notó que el pomo no dejaba salir la salsa porque al parecer tenía el orificio tapado. El le dio un apretón muy fuerte con ambas manos y sacudió con mucha fuerza, hasta que por fin, en un chorro, pudo poner la salsa de tomate. Pero cuál fue la desagradable sorpresa que lo que estaba atorado y no dejaba salir el contenido era una cucaracha que ya estaba tiesa dentro de la botella. Eso le arruino la comida.
Todos los que estaban en la mesa, menos yo, hicieron muecas de asco (sobretodo las mujeres). A esto se sumó otro panita que también recordó un momento asqueroso que le pasó, cuando en una de esas carretillas que saben parar en las esquinas, se vendía caldo de bagre. Le habían recomendado bastante la sazón de dicho puesto, por lo que pidió un plato. Cuando metió la cuchara, cuál fue la sorpresa que sacó un ratón bien hervido que seguramente había caído infortunadamente a la olla. Dijo que todo el mundo escupió y vomitó del asco, incluyendo él.
Pescado. |
Para cuando terminó de decir "ratón hervido", todos se alejaron de sus platos con repugnancia. Como yo no soy asquiento, reí gozosamente. Ahi descubrí la fórmula para que ya rechazen la comida; es hablarles cosas asquerosas y repugnantes en la mesa. Al ver que les daba asco la comida, rematé contándoles la historia mía de un gato en un olla de encebollado, además de decirles que en el Oriente es muy común comer gusanos gordos y cremosos cuando la comida es escasa. A las chicas en la mesa les dió las arcadas finales, y los mariposones de mis colegas se tapaban la boca sintiendo que una boa les iba a salir por la garganta.
Acto seguido, como vi la situación, pregunté a cada uno si se iban a comer su plato de comida. Todos me dijeron que ya no.
He cagado siquiera 2 kilos y medio de mierda, y me pegué una ruca de más de tres horas, pero puedo decir, con mucha seguridad en mis encamadoras palabras, que no hay nada más rico que comer gratichi y a vaca.
Pienso ir a una parrillada que me invitaron.