Soy un caballero

Vivo días impredecibles. A veces me toca cabalgar en plena calle, a veces alquilo un Camaro, otras veces ando a pie o si hay la oportunidad, una amiga buena me lleva en su tráiler. Pero cuando ninguna de las anteriores sucede, me toca transportarme como el 75% del pueblo: En bus.

El otro día, estaba en la zona inteligente de la Metrovía. Ya saben, la zona central donde se conecta la parte frontal y trasera del omnibus. Por si no lo sabías, toda la gente pendeja se atora junto a las entradas, la zona bruta como yo la denomino, mientras nosotros los machos cabríos heterosexuales disfrutamos de las comodidades de la zona inteligente, ubicada en la despejada área central.

Hasta el momento antes del incidente que les relataré, no había notado que una joven muy hermosa se había parado muy cerca de donde yo estaba, junto al asiento donde un hombre gordo y viejo estaba sentado mirando despreocupadamente a la ventana todo el trayecto. La mujer tenía una gran panza, estaba embarazada.

Llegamos a un determinado paradero, cuando el hombre brincó alterado para poder salir del bus. Al hacer esto, le pegó con el hombro a la embarazada, justo en la barriga, un golpe muy grave diría yo, porque casi la tumba del dolor. Está de más explicar lo inadecuado de golpear el vientre abultado de una mujer embarazada, toda clase de daño le puede causar al feto.

Fue en ese entonces, como una reacción rápida, que detuve al hombre que quería salir del bus. Lo paré, bloquéandole el paso, deteniéndolo con la mano en su grasiento pecho. 

Le reclamé, le dije que le debía una disculpa a la señora, porque la había golpeado.

Varias personas alrededor me acompañaron en el gesto. Alzaron su voz de protesta, se apiadaron de la embarazada, que hacía gestos de dolor mientras trataban de sentarla en el puesto ahora desocupado. Yo estaba enfrentando al tipo que era mucho más bajo que yo. El resto de la gente bajaba al paradero.

-"No la vi, no me di cuenta, fue sin querer"- tartamudeaba muy nerviosamente el hombre. -"Perdóneme señora, espero que esté bien ¿Le pasa algo?".

La embarazada, muy joven y paciente ella, solo hizo el gesto amable de que se encontraba bien. Otra señora, de esas que les encanta hacer bulla y reclamar más de tres veces como si fueran la voz del pueblo, hablaba en voz alta para hacer sentir mal al viejo que ya se quería ir. Casi se perdió en medio de la gente que se agolpaba a la salida del bus, cuando se cerraron las puertas y continuó su marcha.

Al poco rato, ahora enojado él, se regresó donde estaba para reclamarme que "por mi culpa" había perdido su parada.

-Qué pena, yo tampoco me di cuenta.

Mi respuesta encamadora dio efecto: El viejo, ahora con la cara colorada de la ira, pronunciaba pendejadas que solo me daban risa, cosas como que yo era un insolente o no se qué. Yo le expliqué que vale verga, a lo que se encolerizó más y exclamando que por qué yo era grosero (presumo que quería esconder su anterior acto despreciable exagerando el mío) y levantando el dedo medio, con una satisfactoria sonrisa, le dije:

-Si tanta pereza te da caminar, anda a vivir en una comarca. Hasta mientras, te puteo porque puedo y porque te lo ganaste.

Sé que la gente de haber podido me hubiera aplaudido. A la siguiente parada el tipo finalmente se bajó, no dijo ni una palabra más y mejor que haya sido así, para él. Así se calla a la gente que hace de este país una mierda. Escuché uno que otro elogio de algunas señoras hacia mí, pero quise disfrutar el momento humildemente. Solo quise regresar con la joven embarazada para culminar mi acto de caballerosidad en defensa de los más débiles, y preguntarle si todo está bien.

Pero la Metrovía de repente dió un frenazo, con tan mala suerte que la fuerza de repulsión me mandó volando hacia la embarazada, y yo por querer sostenerme de algo, le hundí la barriga con ambas manos.

Creo que la cagué, y en grande. Había sangre, y eso piteó el momento. Gritos y gente alarmada alrededor. No lo pensé dos veces y me importó un carajo que el carro estuviera en marcha, salté por la ventana y corrí hasta perderme. Si me estaban gritando algo, no lo sé y ya no me interesa.

El orgullo me puede más, así que no iba a defecar en mis propias palabras. Caminé hasta donde tenía que ir, con la convicción de que mi acto de caballerosidad estaba por encima de cualquier embarrada.