Un Cuento Encamador de Navidad 7


Un gnomo dejaba huellas al atravesar la nieve. Cuando terminó de vaciar la cubeta de comida para los renos, levantó la mirada hacia los casquetes de hielo. Quiso divisar algo, porque sentía que desde allá algo lo miraba. El reno que estaba junto a él sacudió las orejas y pateó la nieve, como sintiendo lo mismo que el gnomo. La nieve dejó de soplar por los aires, ahora solo flotaba ligera en la creciente niebla.

Hacia la dirección contraria, divisó a un gran oso polar siendo montado por un hombre abrigado en gruesas pieles. Era su buen compañero Milo.

-Milo, ya íbamos a enviar un grupo de búsqueda. El viejo Noel se preocupó por tu ausencia. Tarado, y no trajiste grasa ¿A qué saliste, entonces?

El pequeño y gordo Milo no dijo nada, el oso seguía su marcha, botando humo blanco con cada jadeo.

-¿Y ahora te quedas mudo? ¿Qué hiciste? Hiciste algo malo.

Milo finalmente respondió pero sin dirigirle la mirada: "Vienen en un submarin..."

Una línea de sangre se regó un par de metros y el cuerpo de Milo cayó a un lado torpemente. El gnomo, corriendo entre la nieve de un lado hacia otro con sus cortas piernas y alzando los brazos lo volteó del suelo. El oso se paró en dos patas y rugió. Lo que se escuchaban como proyectiles hicieron saltar la nieve a pocos pasos. El oso polar reaccionó y emprendió la carrera hacia la fortaleza que estaba cerca.

Al sacarle un abrigo, el gnomo encontró un dispositivo que emitía una luz parpadeante y verde. Insultó blasfemias propias de un vulgar y empezó a correr agachando la cabeza, como temiendo que otro balazo lo impactara a él. Entró y cerró la puerta de los renos, un nuevo balazo quebró una ventana; alzó su corto brazo y le dio un puñetazo a un botón rojo. Una infernal alarma sonó por todo el lugar, alterando a los animales.

Sentada con las piernas cruzadas encima de la mesa, Zaia estaba a punto de besarse con la ninfa Tista, cuando la alarma las asustó casi al borde de hacerla caer de la silla al perder el balance. Tista quería ver por la ventana pero Zaia la tumbó al suelo, y empezaron a sonar disparos.

-Estúpida hijeputa, no salgas.
-Oye, no me digas así, Zaia.
-Mierda, puta madre, mierda...

Con cada insulto, Zaia se tocaba los bolsillos y solo portaba una navaja casi del largo de su antebrazo. Le susurró a Tista que se quedara allí. Sonaban pasos de muchos corriendo y bajando escaleras.

La alarma seguía, y en los corredores pasaban duendes entre la gente más alta, unos que otros con armas. Una explosión sonó afuera. Zaia se dirigía al cuarto de control.

Adentro, el señor de rojo miraba el monitor. Su cabello era negro, un poco crecido, con ojeras y de cara dura. Se había subido las mangas para dejar ver sus antebrazos fuertes, velludos y rizados como piso de peluquería. Zaia insultó: ¿De dónde mierda nos atacan, maestro Noel?

-Del flanco este, no tiene ni mierda de sentido. Las putas montañas son impenetrables, no puede ser que se haya cruzado ese muldar. Ni yo vuelo el trineo por ahí, pero del lado del mar no viene el ataque.

-Maestro- dijo el hombre al lado de Zaia, colocando una caja de máscaras- debemos colocarnos esto.

Zaia tomó uno. Luego replicó: -Saquemos los jets, si tienen la montaña a sus espaldas, es hora de acorralarlos, maestro Noel.

-Ve ¡Ve! - asentó sus brazos en la mesa el maestro Noel - Si no razonan, mátalos a todos.

-Pintaremos el hielo de rojo- y se colocó la máscara al salir corriendo. Su figura femenina se ocultó al subir el cierre de un uniforme verde con rojo.

De ambos lados de la fortaleza se abrieron grandes compuertas. Una serie de motorizados sobre nieve empezaron a salir a toda velocidad, haciendo rugir el frío. Eso aumentó los disparos que venían donde la niebla no dejaba ver más. Tras los trineos motorizados, salieron galopando duendes sobre osos polares y lobos blanquecinos tan grandes como rinocerontes. Los gnomos tenían flechas y armas de grueso calibre.

Zaia se abrió paso más deprisa entre los torbellinos de nieve levantados por los demás vehículos, hasta subir una duna blanca. Fue la primera en frenar al lado de un oso polar que devoraba a un hombre con la cabeza arrancada del resto de su cuerpo. El animal había masticado la carne con todo y ropa, impregnando el sitio con un fuerte olor a hierro. Entonces divisó a los atacantes al frente, a su vez que el resto del ejército del maestro Noel frenaba junto a ella.

Un compacto grupo de hombres con exoesqueletos mecánicos y armas de guerra llenaban el panorama. De entre ellos sobresalían robots de 4 o 6 metros que ya alzaban sus cañones.

Zaia alzó con un brazo su lanzacohetes y gritó: "Por el Polo Norte! CARAJO!" y el resto del ejército gritó en pos de guerra avanzando. El misil reventó por los aires a decenas de hombres del bando contrario en una mezcla de nieve blanca y humo negro con llamas vivas.

Las dos olas de atacantes se chocaron. Los robots tomaban osos polares y los estrellaban contra el suelo. Los gnomos disparaban más misiles destruyendo el frente humano. Otros enanos explotaban en mil pedazos. Los lobos más fieros se lanzaban encime de algunos hombres para luego caer con un aullido doloroso, sin antes llevarse consigo un pedazo de persona en sus fauces. En menos de un minuto había fuego y sangre en la nieve.

Zaia conectó dos bastones que sacaron en cada extremo una navaja intimidante. Se abría paso entre los hombres, sin importar si tenían armadura o no. Las balas no la alcanzaban, se bañó en sangre, no pudo evitar herir accidentalmente a sus propios compañeros. Solo insultaba fuertemente cada que sucedía. Pateó a un tipo para tumbarlo mientras otros dos querían dispararle. A uno le abrió el tórax sin verlo porque estaba a sus espaldas, al otro de al frente lo esquivó en una maniobra y de un hachazo violento que había partido del pecho del tipo de atrás, atinó a cortar el cráneo de ese hombre con todo y casco hasta la garganta, lo acercó con el puñal atorado en sus huesos, le quitó el arma y de un solo disparo acabó con el sujeto que había tumbado primero. Todo eso no fue en más de tres segundos.


En el lado del mar que bañaba a la fortaleza del Polo Norte, un abominable submarino emergía como una demoniaca ballena negra venida de otro planeta. Las aguas frias tardaban en caer desde el cielo, y cuando aterrizó pesadamente hizo temblar con el rugido los casquetes polares. Muchos se vinieron abajo. De pequeñas escotillas emergieron fusiles listos para disparar. Al cabo de unos momentos, el Maestro Noel en persona salió con los brazos extendidos de manera desafiante y con su rostro macizo apretando los dientes, haciendo de sus gruesas cejas un techo negro a sus ojos de furia.

Desde el submarino comenzaron a disparar, pero hacia el camino que trazaba el Maestro Noel. Solo hacían más niebla en el suelo.

-¡¿Qué quieres, hijo de puta?!

Era como si la propia embarcación expresara extrañado con su silencio cuando dejaron de disparar. Los grandes trozos de hielo que se rompieron flotaban en la turbulencia que aún se producía en el mar. Era el diminuto y solitario Maestro Noel contra el bestial submarino negro.

Hasta que por fin, una compuerta a la altura del suelo descendió. Dos filas de militares cubiertos de pies a cabeza y camuflados de blanco abrieron paso a una figura que caminó gallardo desde el centro. Todo de negro, su capa mostraba la fuerza del viento polar que soplaba, pero su ropa se notaba que era muy ligera como para proteger a alguien del frio. Noel bajó los brazos pero no dejó de apretar los puños, esperando identificar a la persona que caminaba hacia él.

Mientras más se acercaba, más marcaba los pasos lentamente. Tenía inmensas gafas negras, y su cara estaba cubierta hasta la nariz con un pañuelo largo y oscuro que también revoloteaba furioso con el viento. Solo se notaba el cabello revoloteado y verdoso de esta persona.

Las filas de soldados le rodearon a los dos. El Maestro Noel los miraba con rabia. El hombre de traje negro hizo un gracioso gesto de alzar los hombros y mostrar con sus manos a sus soldados. El pañuelo le tapaba la voz:

-Hoy es Noche Buena, mañana es Navidad. Creo que legalmente te he revocado de tu cargo, Papá Noel.

El maestro Noel lo miró con desprecio, alzando la nariz, hablando con lenta rabia.

-Peleé por ser Papá Noel. Maté por ser el señor de la Navidad. ¿Con qué poder pretendes tomar mi lugar?

El tipo se sacó las gafas oscuras mirando hacia su derecha. Luego se quitó el pañuelo que le cubría la cara, su rostro estaba cubierto de pintura de guerra blanca, una macabra sonrisa sangrienta y deforme de una oreja a otra. Le hablaba a la nada.

-No es con las armas sino con la inteligencia- ahí se dirigió hacia el maestro Noel y le clavó los ojos rodeados con una pintura negra- y con las sustancias químicas adecuadas. Es menos violento y más económico.

-No te lo llevarás sin pelear.Tendrás que matarme.

Le lanzó un puñetazo que lo mandó al suelo de rodillas, pero solo empezó a reírse. Los soldados le apuntaron a la cabeza y eso lo paralizó a Noel.

-No disparen - les ordenó desde el suelo - Estúpido, esto es un intercambio. No hay por qué seguir tradiciones que nadie más controla.

Se levantó, se sacudió un poco de nieve de las rodillas y se reincorporó para caminar hacia la fortaleza, ignorando totalmente a Noel.

-Yo soy el Noel ahora, maté a Santa Claus para reclamar el puesto como mio. Yo hago la Navidad ¿Por qué habría de hacerte caso?¿Quién eres?

Lo agarraron todos los soldados, en forcejeos. Eso hizo que el payaso detuviera el paso y se volteara lentamente.

-Soy el nuevo Papá Noel ahora, con tus juguetes, tu castillo de nieve, tu tecnología y tu Navidad. Mírame bien porque no me volverás a ver mas que en tus íntimas pesadillas. Soy el Encamador, y vivirás porque así te lo permití. Tendrás mi cargo y yo tendré el tuyo ahora.

-¿Qué seré ahora?- preguntó Noel rendido.

-El nuevo Papa- y se volteó con su capa negra para entrar a la fortaleza.

-Tus hombres- forcejeó Noel -¿Por qué dejas que mueran por ti en la batalla, si viniste a pedirlo amablemente? Allá en las montañas, mis soldados los están masacrando en estos momentos.

Encamador volvió a detenerse, dijo un nombre. Luego se volvió hacia Noel para decirle en voz alta, sonriendo, por la distancia, alzando los hombros.

-No he sido yo. No sé con quién te estabas peleando, pero yo no mandé eso. Yo vine en el submarino.

Los soldados se lo llevaron y lo metieron al submarino. Dice la historia que Papá Noel es amargado porque solo encontró puras lesbianas que no querían dejarse tocar por él, así que viene a desquitarse con el mundo muy de vez en cuando, sobretodo en Navidad.