Un Cuento Encamador de Navidad 5
A lo lejos, en el desierto marroquí, un jeep levanta el polvo de una tierra olvidada por Dios. La gran fortaleza de piedras amarillas y erosionadas abre sus gigantescas puertas. El auto en lugar de frenar acelera, como si un demonio fuera a entrar si no cierran rápido.
Ya adentro, conduce hasta un lado donde salían musulmanes barbudos y armados de sus habitaciones. Otros guardias bajaban de sus puestos de vigilancia para perseguir el jeep, entre gritos en un idioma que no pertenece a América, y la curiosidad de otros niños armados.
Un negro musculoso vestido de militar bajó del lado del copiloto, y todo el polvo que venían levantando los alcanzó. A su paso, bailaban las medallas de oro falso. Otros morenos saltaron del carro y apuntaron al mismo vehículo que los llevaban. Bajaron a una persona envuelta en sabanas blancas a la fuerza. Todos los hombres que se acumularon alrededor de esta escena gritaban alocados y mencionaban a Alá. El negro que se veía mas importante observó arriba a quien esperaba. Asomado en un balcón, un hombre de barba muy peinada y gafas oscuras que combinaban con su turbante de cuadros asentó la cabeza.
Los negros abrieron paso entre la gente, estrecharon las manos que pudieron, e ingresaron al sitio. Subieron escaleras en pasillos muy incómodos, el aire húmedo y denso era fastidioso, más aun para el misterioso prisionero envuelto en sabanas que solo sabía caminar hacia el frente.
A su encuentro, el militar y el árabe no se saludaron directamente. El salón se llenó de gente armada, y dejaron parado al prisionero en medio de todo. Comenzaron a hablar en el idioma propio de Marruecos, el sujeto no se movía de su baldosa, ni siquiera cuando alzaron las voces en una clara señal de discusión y disputa. Luego, algunos momentos de silencio, hablaban más calmados, ya nadie más intervenía y el árabe dio una orden. Se llevaban al prisionero al encierro.
Ahora solo lo acompañaban dos marroquíes, pasaron por un alto callejón con muchas manos saliendo de las pequeñas rejas donde pifias y gritos saludaban al prisionero. Lo metieron a un cuarto pequeñísimo, le quitaron toda la ropa menos los calzoncillos, y le tiraron un uniforme harapiento y deshilachado. Ahora lo sacaron para tirarlo a una celda llena de hombres y dejarlo ahí.
Todos los presos se veían como malandros, esqueléticos, peligrosísimos, dementes, pero todos se abrieron paso ante las pisadas del más gigante y musculoso de la habitación. Un sujeto con cosas por todo el cuerpo que no se distinguían si eran cicatrices o tatuajes, y una horrible quemadura en media cara que le había dejado el ojo izquierdo totalmente blanco. A partir de ahora, aunque hablen en el idioma autóctono, leeremos en subtítulos en español.
-Ciertamente, te apesta tanto la vida como para haber venido de tan lejos hasta mi.- dijo el gigante, que no soltaba una navaja que ya rayaba en machete.
-Ah na na na no Barduk, tu falta de fe es la actitud que debes cambiar si quieres salir hoy de esta pocilga- dijo el Encamador, del que su característico maquillaje facial ya casi no quedaba nada, salvo unas cuantas manchas blancas y un ojo pintado a medias.
Barduk solo atinó a reír, enseñando esos pocos dientes amarillos que le quedaban, dándole una sonrisa de dragón viejo.
-Comeremos- respondió Barduk -luego hablaremos.
En eso, al Encamador le saltó el asombro por encontrar a una pelirroja hermosísima parada entre los prisioneros. Al parecer todos los hombres esperaban la llegada del payaso, porque al darse Barduk media vuelta todos quisieron hablar con él, pero el gigante les ponía mala cara si se acercaban mucho a su cuerpo. La pelirroja quería irse, pero tampoco quería moverse. Encamador le preguntó a uno que estaba por ahí quién era esa chica, pero no respondió, solo balbuceó algo en otro idioma extraño.
En esa celda todo era mohoso, dañado lúgubre menos una puerta de madera. Barduk caminó hasta la puerta a esperar que el Encamador también lo siguiera. Entrar allí era prácticamente otro mundo, piso de baldosa fina, mesa, cama y un baño que, aunque no estaba separado por ninguna pared, era un lujo comparado con la forma como estaban guardados el resto de prisioneros en esa cárcel.
-Hoy celebraremos Navidad- sonrió el Encamador.
Barduk dio un profundo respiro, como quien iba a lanzar un golpe de la nada. Encamador no cambió de expresion. En eso la pelirroja entró con dos platos de comida. Se las sirvió en la mesa y se quedó parada como esperando una orden.
-Ya lárgate de aquí, mujer. Aquí no hay nada para ti.- reclamó Barduk.
Muda ella, agachó la cabeza, se escondió en una burka negra y salió de la habitación. Cuando abrió la puerta se escuchaba a la gente afuera.
-Espera ¿Cómo es que tienes a una mujer metida aquí?- preguntó Encamador.
-No es la única. Aquí nisiquiera Alá pone sus ojos a vigilar, aqui cualquiera puede ser dios.
-No me digas que es la perra de todos.
-Jeh... esa perra es de ella sola. ¿Has visto su pelo de sangre? Nadie quiere meterse con ella. Además, sabemos que está aquí por matar a cientos de hombres, no sé en dónde. Puercas así no son para Barduk. No la jodo para que no me joda. Cuando recién armé mi imperio aquí, esa perra le quitó la vida a uno de mis capataces con sus manos solas. Desde ahí no podemos ponerle un dedo encima.
-¿pero como es que la tienes de esclava aqui?
-Le doy de comer ¿No ves? La gente siempre seguirá a quien le da de comer, hasta que ya no haya comida, entonces el poder acaba.
-...¿Miedo Barduk?
Esa palabra lo desquició hasta que su ojo derecho reventara en venas rojas.
-¡VIENES A HABLAR O A ACTUAR, CERDO! TRAEME LAS BOMBAS YA.
Encamador como siempre, sin cambiar de expresión pese a que algunas gotas de saliva le cayeron en la cara.
-¿Tienes que gritar para que los guardias te escuchen que estamos planeando salir de aqui?
-NO INTERESA, QUE LO SEPAN HOY O MAS TARDE, YO LES DOY DE COMER AQUI.
-Como yo lo veo, eres el que está encerrado.
-ELLOS ESTAN ENCERRADOS CONMIGO.
-Ah... hoy decides quienes se quedan encerrados. Verás amigo Barduk, tus hombres fueron muy útiles en la nueva independencia de mi país y siento asquito de deberle favores a la gente, es la razón por la que me he aguantado insultos y molestias para venir a encerrarme en este cagadero contigo. Y eres un poco tonto al no notar que no he traído arma alguna.
Fue como una revelación obvia para Barduk, el Encamador había llegado semidesnudo a esa celda, no portaba nada. Clavó de un puñetazo la inmensa cuchilla muy cerca de la mano del Encamador.
-¿TE BURLAS DE BARDUK?
-No.
-¡¿ENTONCES?!
-Barduk, silencio. No vamos a salir con bombas. Al menos no con nuestras bombas.
El gigante era un toro jadeando y queriendo descuartizar al Encamador, pero no hizo más que volverse a sentar, empuñar el cuchillo y mirar con furia al payaso mientras comían granos.
-Esto es prácticamente menestra- dijo el Encamador.
Cuando salió de la habitación y pasó entre tantos otros presos, vio que la mujer pelirroja escondida en el burka estaba sentada al pie de la reja, como mirando algo que no hay afuera. El Encamador le habló en perfecto español antes que se diera cuenta que estaba allí a su lado.
-Te aseguro que hoy se acaba todo.
Rápidamente tomó una astilla que tenía cerca de la mano y lo quiso usar como cuchillo, más por instinto que razonándolo, hasta que entró en la realidad de quien le estaba hablando. Así mismo habló en español tras el burka:
-Nunca te he visto en persona.
-Eres muy linda como para ser de aquí. Estos idiotas no lo saben, pero yo si. Hoy el trato está hecho.
La pelirroja se quitó la cubierta de su cabeza: "¿guardas aún mis fotos?"
-Me sé de memoria cada una de tus pecas.
Se quisieron acercar más pero miraron a todos lados, y todos veían. Entonces la chica le indicó que conoce un pasadizo que lleva a una torre alta donde nadie vigila, pero tampoco lleva a ningún lado. Entraron de nuevo a la habitación de Barduk, que estaba dormido con la boca abierta y roncando, la pelirroja movió el espejo que tapaba una entrada a la que solo se podía meter si era de rodillas. Pasaron 20 metros así hasta un hueco en dirección vertical que estaba iluminado por luz del sol. Pudieron subir con habilidad otros 20 metros hasta salir a esa torre. El aire, aunque aún caliente, era delicioso oxigeno y soplaba maravillosamente.
-Reconozco este lugar- dijo el Encamador, encontrando una laptop - aquí es donde te has estado tomando todas tus fotos.
-Así es - mientras se quitaba el burka y se quedaba en bikini blanco - harta de estos hombres, esperando a mi libertador.
-He pasado todos estos meses viendo tus fotos y no recordando tu nombre.
-Claudia, tarado, nunca lo olvides.
Y Claudia procedió a hacerle un blowjob al Encamador en esa inmensa soledad a varios metros de altura. El sol se pagaba en el horizonte del desierto marroquí, cuando de repente un estallido en el lado sur detuvo el acto sexual.
-¿Qué mierda fue eso?- exclamó Claudia.
-Carajo, ha llegado- dijo Encamador volviéndose a poner la ropa.
Mientras bajaban, podían escucharse más violentos los gritos y las explosiones. La reja de la celda estaba abierta, unos cuantos guardias yacían muertos en el piso y todos los prisioneros salían en desorden disparando con ametralladoras robadas a las débiles fuerzas del orden. Una inmensa grieta en la pared sur de la muralla servía de salida a todos los reos, y los últimos en salir fueron Claudia y el Encamador.
En eso, un trineo volador se posó en la arena frente a ellos. Era Papá Noel. Se quitó la gorra, dejando ver su espesa barba blanca y guardando las armas se quedó parado estupefacto.
El Encamador se acercó a darle la mano y solo alcanzó a decirle:
-Santa, está viva. Aquí esta tu amada hija.
Claudia no lo podía creer, no lo entendía, sus ojos se llenaron de lágrimas: -¿En verdad eres mi padre?
-Todos estos años que te quitaron de mi lado hija, ven dale un abrazo a tu viejo padre.
Papá Noel la brazó, y Claudia quería sentir que todo era real, y miraba al Encamador desde el hombro de su padre a quien acababa de conocer. Él solo miraba al suelo sonriendo, no es un tipo de emociones fuertes.
El anciano lloraba de alegría. Claudia no salía del asombro. Aún con algo de luz de la luna, el viejo barbudo se quitó el guante para estrechar la mano del Encamador.
-Quiero darle la mano al hombre que rescató a mi hija. Ahora puedo retirarme en paz, no sin antes concederte el deseo que tu quieres, lo que sea. Te lo debo.
-Tú empezaste a deberme primero, viejo.
Barduk salía con dos costales y no daba crédito a sus ojos. El Encamador le deseó feliz navidad y que tuviera una vida próspera.
[[5 años después]]
El Encamador bajaba del avión presidencial con sus carísimas gafas, aún cuando portaba el maquillaje de payaso en ese traje de saco y corbata. Hombres armados alzaban sus rifles mientras bajaba las escaleras hasta tocar suelo neoyorquino. Lo recibió el subcomandante Guteo Therion de las fuerzas imperiales guteicas del sacro Reino de América del Norte, un nombre que infundía terror en los reinos de Asia y Europa, sus colonias dominadas.
Luego de firmar tratados y comer toda clase de animales, el equipo presidencial descansó en el suite del último piso, mientras el presidente Encamador se instaló en su respectivo salón presidencial. Vió en las noticias mientras se bebía su jugo de toronja que la tradicional rebelión de las cárceles por Navidad se estaba llevando a cabo en prisiones de Roma y Ucrania. Fue entonces cuando escuchó cascabeles navideños de un trineo que se posó en la azotea.
Claudia Noel, vestida en un fino babydoll navideño abría mágicamente las puertas y dejaba entrar nieve a la habitación. Encamador se acomodó en la cama, y preguntó muy a lo Tony Stark:
-¿Que no tienes que repartir regalos a las doce de la noche?
-Nuevas reglas. Además, ya adelanté el trabajo, lo que nos deja la Navidad para nosotros dos.
-Feliz Navidad, Claudia.
-Feliz Navidad, señor Presidente de América del Sur.
Y empezaron a quitarse la ropa mientras se besaban.